viernes, 11 de abril de 2025

De la edad media a la era moderna

El ambientalismo y las normas legales han evolucionado profundamente desde la era cristiana, cuando la protección de la creación se interpretaba como un mandato divino. Durante este período, la Iglesia promovía el respeto hacia la naturaleza, viendo en ella la obra de Dios y estableciendo, de manera implícita, límites al uso indiscriminado de los recursos. Esta preocupación se trasladó a la esfera jurídica con el establecimiento de categorías especiales de tierras.

Figura 1. Un bosque real era un territorio reservado para el uso exclusivo del monarca y la nobleza, principalmente para la caza, regulado por leyes estrictas que prohibían su aprovechamiento a la población común. Estos bosques, aunque ricos en recursos, eran inaccesibles para los campesinos, quienes no podían cazar, recolectar leña ni pastorear animales en ellos. En muchas leyendas y obras medievales, los ciervos del rey simbolizan esta exclusión, pues eran protegidos incluso a costa del hambre del pueblo. Se les veía como injustos porque representaban el poder feudal que privilegiaba a unos pocos mientras negaba el acceso a recursos vitales a muchos.

Un ejemplo temprano es el de los terrenos indominicata, designados como áreas inalienables donde no se permitía el usufructo, con el fin de proteger sus valores ecológicos y culturales. En paralelo, se configuraron los bosques reales, reservas que pertenecían directamente a la Corona o a la Iglesia, y cuyo manejo estaba sujeto a estrictas normas de conservación y aprovechamiento. Asimismo, se instauraron otras zonas protegidas, donde la explotación y el aprovechamiento estaban totalmente prohibidos para garantizar la preservación del entorno natural. Estos ejemplos constituyen antecedentes esenciales de la actual legislación ambiental, demostrando que la idea de salvaguardar el medio ambiente tiene raíces profundas en la historia jurídica y cultural de la humanidad.

Figura 2. La construcción de la Armada Invencible en el siglo XVI tuvo profundos impactos ambientales y sociales. Ambientalmente, implicó una tala masiva de bosques en el norte de España, especialmente en Galicia y el País Vasco, lo que provocó deforestación, pérdida de biodiversidad y erosión del suelo. Socialmente, el esfuerzo bélico exigió altas cargas fiscales y reclutamientos forzados que afectaron a campesinos y artesanos. La concentración de recursos en la flota debilitó otras áreas económicas y exacerbó tensiones sociales, especialmente tras su fracaso en 1588, que supuso una crisis económica para muchas regiones implicadas en su preparación y abastecimiento.

Durante el Renacimiento y con el auge del poder centralizado y el incipiente capitalismo mercantil, el cuidado ambiental pasó a un segundo plano, subordinado al afán de expansión territorial, desarrollo urbano y enriquecimiento comercial. La visión antropocéntrica del mundo, reforzada por el pensamiento humanista, relegó la naturaleza a un mero recurso para ser explotado al servicio del hombre.

Ejemplos claros de esta tendencia se observan en la masiva tala de bosques en Europa occidental, como en Inglaterra y España, donde extensas áreas forestales fueron arrasadas para construir flotas navales destinadas tanto al comercio como a la guerra. En particular, la Armada Invencible de Felipe II necesitó tal cantidad de madera que se estima que en algunas regiones del norte de España los bosques tardaron siglos en recuperarse. En Italia, la expansión de ciudades como Florencia y Venecia también conllevó una importante deforestación de los alrededores para obtener materiales de construcción, combustible y espacio agrícola. (Wing, 2009)

En el ámbito rural, la presión sobre la tierra aumentó con el crecimiento demográfico. En Francia, durante los siglos XVII y XVIII, la intensificación agrícola sin una rotación adecuada de cultivos llevó a una degradación de los suelos, reducción de la productividad y escasez de alimentos. Esta crisis ambiental rural contribuyó al aumento de tensiones sociales y económicas que, junto con otros factores, desembocaron en la Revolución Francesa de 1789. Autores como Georges Lefebvre han señalado que las malas cosechas y el encarecimiento del pan fueron catalizadores inmediatos de las revueltas campesinas y urbanas. (Mandavilli, 2025)

Figura 3. Es del mayor interés de una élite gobernante mantener un buen manejo ambiental para asegurar la estabilidad política y la resiliencia del sistema. Cuando los recursos naturales como el agua, la tierra fértil o los bosques son bien gestionados, se reduce el riesgo de escasez, hambre y conflictos sociales. Una población que puede satisfacer sus necesidades básicas es menos propensa a rebelarse. La sobreexplotación ambiental, en cambio, genera crisis económicas, migraciones forzadas y tensiones sociales, como ocurrió en la Francia del siglo XVIII, donde la degradación del campo contribuyó a la Revolución Francesa. Un ambiente sano sostiene la economía, refuerza la legitimidad del poder y previene el colapso de las instituciones frente a la presión popular o los desastres naturales.

Más adelante, las crisis ambientales propias de la Revolución Industrial —como la contaminación del aire por el uso indiscriminado del carbón, la insalubridad en las ciudades industriales como Mánchester o Birmingham, y la contaminación de ríos como el Támesis— agudizaron aún más la desconexión entre el desarrollo económico y el respeto por el entorno. Estas condiciones dieron lugar a los primeros cuestionamientos filosóficos y éticos sobre la relación entre la sociedad y la naturaleza (Douglas, Hodgson, and Lawson 2002).

Pensadores como John Stuart Mill comenzaron a advertir sobre los límites del crecimiento económico continuo, abogando por un estado estacionario que permitiera preservar la calidad de vida sin destruir el entorno (O'Connor, 1997). Por otro lado, Henry David Thoreau, a través de obras como Walden, defendió un retorno a la vida sencilla y armoniosa con la naturaleza, lo que puede considerarse una de las primeras manifestaciones del pensamiento ambientalista moderno (McGinnis, 2023).

Figura 4. Tras la derrota de Napoleón en 1815, Europa vivió un proceso de restauración del orden monárquico y una consolidación del poder de las élites conservadoras. Sin embargo, el avance de la Revolución Industrial trajo consigo profundos cambios ambientales y sociales: la urbanización masiva, la contaminación de ríos y aire, y la explotación de trabajadores en fábricas insalubres generaron condiciones de vida extremas para la clase obrera y los campesinos desplazados. Estos efectos negativos, sumados al alza del costo de vida, las malas cosechas por agotamiento de suelos y el empobrecimiento rural, alimentaron un creciente malestar.
Este descontento estalló en el llamado "Amanecer de las Naciones" (1848), una serie de revoluciones que se extendieron por Francia, Alemania, Italia y el Imperio Austrohúngaro. Aunque en su mayoría fueron sofocadas, dejaron miles de muertos y demostraron que un modelo de poder que ignora las condiciones materiales de vida —incluyendo el deterioro ambiental— es vulnerable. La ausencia de reformas agrarias, el colapso de ecosistemas locales y la incapacidad de los gobiernos para gestionar las consecuencias de la industrialización aceleraron estos levantamientos, que, aunque fallidos en el corto plazo, sembraron las semillas para futuras transformaciones políticas y sociales en Europa.

En conjunto, estos ejemplos muestran cómo el desarrollo de las estructuras modernas de poder y economía, desde el Renacimiento hasta la Revolución Industrial, implicó un retroceso significativo en el manejo sostenible de los recursos, en comparación con ciertos modelos antiguos como el romano, que, aunque no exentos de impacto ambiental, sí incluían sistemas de acueductos, planificación urbana y control del uso del suelo más organizados y en muchos casos más sostenibles.

Douglas, I., Hodgson, R., & Lawson, N. (2002). Industry, environment and health through 200 years in Manchester. Ecological Economics, 41(2), 235-255.

Innes, J. L. (2016). Sustainable forest management: From concept to practice. In Sustainable Forest Management (pp. 21-52). Routledge.

Mandavilli, S. R. (2025). Population management and the environment: Why we need population management strategies to be much better integrated with environmental movements. Available at SSRN 5105152.

McGinnis, J. A. (2023). Henry David Thoreau and Modern Sustainability. In The Palgrave Handbook of Global Sustainability (pp. 2283-2290). Cham: Springer International Publishing.

O'Connor, M. (1997). John Stuart Mill's utilitarianism and the social ethics of sustainable development. Journal of the History of Economic Thought, 4(3), 478-506.

Wing, J. T. (2009). Roots of empire: State formation and the politics of timber access.

No hay comentarios:

Publicar un comentario