El 5 de junio de 1972, en la histórica ciudad de Estocolmo, tuvo lugar la Primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, un acontecimiento que marcó el nacimiento de la diplomacia ambiental a nivel global. Durante casi dos semanas, delegados de 113 países, representantes de organizaciones no gubernamentales y expertos en diversas disciplinas se reunieron para debatir cómo afrontar los crecientes desafíos que planteaba la contaminación, la pérdida de biodiversidad y la explotación insostenible de recursos naturales. Este foro internacional constituyó el primer esfuerzo concertado por la Comunidad Internacional para elaborar un marco común de principios y acciones orientados a la protección del entorno humano.
El origen de la Conferencia se sitúa en un contexto de rápida industrialización y expansión urbana que, desde mediados del siglo XX, había disparado emisiones tóxicas al aire y al agua, degradado extensas áreas de humedales y bosques, y amenazado la salud pública. Obras literarias como Primavera silenciosa de Rachel Carson y la emblemática fotografía Earthrise, tomada desde la misión Apolo 8, despertaron en la opinión pública un renovado interés por la fragilidad del planeta. Estas manifestaciones culturales, junto al aumento de desastres industriales como el derrame de petróleo en Santa Bárbara (1969), generaron una presión social e institucional para que la Organización de las Naciones Unidas interviniera de manera global.
Promotores clave de la Conferencia fueron el gobierno de Suecia, encabezado por el primer ministro Olof Palme, y el diplomático canadiense Maurice Strong, designado Secretario General del evento. Strong, con amplia experiencia en desarrollo sostenible y recursos naturales, logró convertir la reunión en una plataforma que integró tanto a países desarrollados como a naciones en vías de desarrollo. A su vez, organizaciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y numerosas ONGs ambientales contribuyeron a perfilar la agenda, aportando datos científicos y proponiendo iniciativas piloto para la gestión de residuos sólidos, la protección de fuentes de agua potable y la conservación de ecosistemas frágiles.
El texto final acordado se plasmó en la Declaración de Estocolmo, compuesta por 26 principios que sentaron las bases de una ética planetaria. Entre ellos destacaron el derecho de toda persona a un medio ambiente adecuado, la responsabilidad de los Estados de prevenir la contaminación transfronteriza, la urgencia de integrar los criterios ambientales en las políticas de desarrollo económico y la necesidad de fomentar la cooperación internacional para investigar y mitigar los daños ambientales. Asimismo, se aprobó un Programa de Acción, con más de 100 recomendaciones que abarcaban desde la regulación de emisiones industriales hasta la educación ambiental en las escuelas.
Entre los logros inmediatos de Estocolmo sobresale la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), con sede en Nairobi, que se convirtió en el organismo encargado de coordinar el seguimiento de los acuerdos y de asesorar a los Estados en la formulación de políticas verdes. Además, varios países establecieron ministerios y agencias ambientales, impulsaron leyes de evaluación de impacto ambiental y fomentaron sistemas nacionales de monitoreo de la calidad del aire y del agua.
Los intereses a favor de la Conferencia se articularon en torno a la creciente conciencia de que la salud humana y la productividad económica dependían de un entorno ecológicamente equilibrado. Sectores académicos y científicos defendían con insistencia la necesidad de poner límites a la contaminación, mientras que industrias emergentes vinculadas a tecnologías limpias vislumbraban oportunidades de mercado. Para muchos países en desarrollo, Estocolmo ofreció una plataforma para exigir transferencia de tecnología y asistencia financiera con miras a compatibilizar crecimiento y conservación.
No obstante, también se enfrentaron poderosos intereses en contra. Grandes corporaciones químicas y petroleras temían restricciones que encarecieran sus procesos; algunos gobiernos argumentaban que las propuestas ambientales entorpecerían la expansión industrial y el desarrollo socioeconómico de sus poblaciones. Asimismo, se evidenció una brecha Norte‑Sur: mientras las naciones desarrolladas impulsaban la regulación de emisiones y la protección de espacios naturales, muchos países del Sur reclamaban primero la superación de la pobreza, considerando las prioridades ambientales como un lujo.
A largo plazo, la Conferencia de Estocolmo tuvo consecuencias trascendentales. Por un lado, consolidó la noción de desarrollo sostenible y sentó las bases de posteriores convenios multilaterales, como el Protocolo de Montreal (1987) y la Convención sobre la Diversidad Biológica (1992). Generó un cúmulo de informes científicos y guías técnicas que aún hoy sirven de referencia para la gestión de cuencas, humedales y áreas protegidas. Por otro lado, su carácter no vinculante, la escasez de recursos para los países en desarrollo y la falta de mecanismos coercitivos limitaron la plena implementación de los compromisos, dando lugar a brechas entre declaración y ejecución.
En definitiva, la Conferencia de Estocolmo de 1972 representó un hito histórico al colocar el medio humano en el centro de la agenda internacional. Aunque no resolvió todos los problemas, logró impulsar una revolución conceptual que vinculó de manera definitiva ambiente y desarrollo, inaugurando una nueva era de cooperación y conciencia ecológica global.
Referencias.
Carter, N. (2007). The Politics of the Environment: Ideas, Activism, Policy. Cambridge, UK: Cambridge University Press.
Hayward, T. (1998). Global Environmental Diplomacy: Negotiating Environmental Agreements for the World, 1973–2012. Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
McCormick, J. (1989). Reclaiming Paradise: The Global Environmental Movement. Bloomington, IN: Indiana University Press.
United Nations Environment Programme. (1972). Report of the United Nations Conference on the Human Environment, Stockholm, 5–16 June 1972. Nairobi: United Nations Environment Programme.
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