lunes, 21 de abril de 2025

Acuerdo de París 2015

El 12 de diciembre de 2015, en el marco de la COP21 celebrada en Le Bourget, en la periferia de París, se adoptó el Acuerdo de París, un hito en la historia de la diplomacia climática que reunió a 195 países con el propósito de enfrentar de manera conjunta la crisis climática. A diferencia de protocolos anteriores, este acuerdo estableció un enfoque centrado en Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDCs), donde cada Estadoparte definió sus propios compromisos de reducción de gases de efecto invernadero, adaptándolos a sus circunstancias nacionales, pero con la expectativa de incrementar su ambición en ciclos sucesivos.

El antecedente inmediato fue la creciente preocupación global tras la publicación del Quinto Informe del IPCC (2014), el cual consolidó la evidencia científica de que el aumento promedio de la temperatura terrestre había alcanzado casi 1 °C desde la era preindustrial, y que mantener el calentamiento por debajo de 2 °C –con esfuerzos hacia 1,5 °C– era esencial para evitar impactos catastróficos, como el derretimiento acelerado de los glaciares, la elevación del nivel del mar y la pérdida masiva de biodiversidad. Este contexto generó presiones políticas y sociales para superar los límites de los acuerdos previos, cuestionados por la falta de universailidad y por la escasa representatividad de las grandes economías emergentes.

Francia, en calidad de país anfitrión, y el Secretariado de la CMNUCC impulsaron la construcción de una arquitectura negociadora más inclusiva. Siguiendo el mandato del Protocolo de Kioto, se introdujo el lenguaje de las “responsabilidades comunes pero diferenciadas y las respectivas capacidades”, pero se equilibró con la exigencia de transparencia y la obligación de presentar inventarios de emisiones revisables internacionalmente. La creación del Mecanismo Internacional de Transparencia y el establecimiento de un Ciclo de Revisión Global cada cinco años fueron innovaciones clave para asegurar que las NDCs fueran verificables y ascendentes en ambición.

El Acuerdo también consolidó por primera vez metas explícitas de financiamiento climático, estableciendo el objetivo de movilizar 100 000 millones de dólares anuales hasta 2020 para apoyar a los países en desarrollo, y reforzando el rol del Fondo Verde para el Clima. Asimismo, incentivó medidas de adaptación, reconociendo que las naciones más vulnerables requieren herramientas y recursos para enfrentar fenómenos extremos como sequías, inundaciones y olas de calor. La inclusión de un Mecanismo de Pérdidas y Daños subrayó la solidaridad internacional hacia aquellas poblaciones afectadas de forma irreversible.

Los intereses a favor del Acuerdo de París se articularon en diversos frentes. Los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo y los Países Menos Adelantados vieron en él una salvaguarda de su supervivencia frente al aumento del nivel del mar y a la degradación de escasos recursos hídricos. Organizaciones no gubernamentales como WWF, Greenpeace y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza celebraron la adopción de un pacto global que, por primera vez, incorporaba objetivos de adaptación y no solo de mitigación. Al mismo tiempo, emergió un floreciente mercado de tecnologías limpias, con empresas de energías renovables, eficiencia energética y captura de carbono vislumbrando oportunidades de crecimiento y de financiamiento verde.

No obstante, el acuerdo encontró resistencias notables. El lobby de los combustibles fósiles, especialmente las grandes corporaciones de petróleo y gas, presionó para que las NDCs fueran voluntarias y no generaran sanciones por incumplimiento. Algunos gobiernos emergentes, como China e India, defendieron la necesidad de un margen amplio de flexibilidad para su desarrollo industrial, mientras que varios países desarrollados insistían en compromisos más ambiciosos y vinculantes. Incluso dentro del bloque occidental, hubo desacuerdos sobre el ritmo y la magnitud de las reducciones, reflejando la tensión entre competitividad económica y responsabilidad ambiental.

El Acuerdo de París entró en vigor el 4 de noviembre de 2016, tras alcanzar el umbral de ratificación requerido por el 55 % de las emisiones globales. Su implementación ha dado lugar a múltiples dinámicas: la elaboración de planes nacionales de adaptación y mitigación, la difusión de inventarios anuales de emisiones, el desarrollo de políticas de mercado de carbono y la creación de alianzas multilaterales como la Coalición de Liderazgo Climático (CPLC). El primer “Global Stocktake” de 2023 evaluó los progresos y evidenció la insuficiencia de las actuales NDCs para alcanzar los objetivos de temperatura, dando lugar a llamados a reforzar los compromisos antes de 2030.

A pesar de su carácter no punitivo y de la crítica por la falta de sanciones coercitivas, el Acuerdo de París ha sido celebrado como un paradigma de gobernanza climática basada en la confianza mutua, la revisión periódica y el estímulo a la innovación. Ha inspirado políticas nacionales de emisiones netas cero, la redacción de leyes climáticas vinculantes en varios países y el incremento del financiamiento privado hacia proyectos sostenibles. Al mismo tiempo, su éxito futuro dependerá de la movilización efectiva de los compromisos, de la equidad en el acceso a la tecnología y de la capacidad de la comunidad internacional para responder con mayor ambición a la urgencia científica.

En definitiva, el Acuerdo de París representa una evolución significativa en la diplomacia ambiental: combina metas globales con acciones nacionales, equilibra mitigation y adaptación, y busca un modelo de cooperación continua. Su legado radica en haber transformado el cambio climático de un desafío técnico a una responsabilidad compartida, donde cada nación participa activamente en la construcción de un futuro climático seguro.

Referencias.

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